ALEJANDRO SIMÓN PARTAL EN LOS OJOS DE TIRSO PRISCILO VLLECILLOS.
La transparencia
Habita en mí un señoro primigenio
por joven bello esclavo del deseo
bestia con quien luchar, como Teseo,
que vencerá, no sin faltar ingenio.
Recompone huesos, carne, camisa
agranda restos de labios y ojos
araña energía entre los despojos
piensa palabra, ensaya sonrisa.
Planta el cuerpo en campo de batalla
recibe impacto de ojos extraños
atravesado por aquel que calla.
Prueba la transparencia de los años
disfruta la libertad que estalla
degusta las ventajas, no los daños.
Se relaja. Reflexiona. Se explaya:
Me recreo en observar la foto de un joven
que tengo, ahora mismo, entre mis manos
y siento la tentación
de meter los dedos entre su pelo
y arrimarlo, poco a poco, a mi aliento:
todavía habita en mí un señoro primigenio
que dispone de la carne como si fuera carnicero.
Me recreo en mirar al muchacho
—es posible que se pregunte qué estoy mirando—:
me sucede cada vez con mas frecuencia
eso de encontrarme justo en frente,
veinte o treinta años antes,
justo en frente de un extraño
como el que ahora represento.
Y entonces, entiendo la mirada
esa mirada capaz de encender fuegos
en los muros de la piel, y dejar brasas
que, como semillas, germinen hogares.
Esa misma capaz, también,
de atravesar como punzón de hielo.
Me recreo en su mirada
y me preparo para ser aquel muchacho
que vivió hace veinte o treinta años;
no puedo recuperar el tiempo,
pero sí: recordar la osamenta erguida,
buscar color y pómulos entre los cacharros,
entornar ojos y abdomen,
tensar músculos, alzar pecho,
modelar el volumen de los labios.
Me recreo en observar a un muchacho
cuya mirada me atraviesa como punzón de hielo.
Me sucede cada vez con más frecuencia
encontrar ojos que no me pueden ver.
Y sentir dolor. Y después, solo la congoja del conocimiento.
Pero, año tras año, por fin comprendo
—casi por fin comprendo— la verdad de la transparencia,
el placer de la herida, la belleza de la cicatriz.
Que somos esclavos del deseo
y solo cuando ya nadie nos ve,
y solo cuando por nadie hay que ser visto,
ya no hay guerra, ni conflicto, ni preparación para la batalla
ni armas cargadas, ni munición que lanzar:
solo un hombre que camina a campo abierto.
Ese hombre soy yo,
mucho más yo de lo que nunca he sido:
cuchillo seco extraído, heridas, trofeos,
naturaleza, atrapasueños…
Y cuando miro atrás, olvido el soneto
desconfío de belleza, formas, preceptos:
solo soy una de esas verduras imperfectas
que ostentan todo el sabor.
Celebro la verdad de los años
deshecho la esclavitud del deseo
disfruto la claridad cristalina de la transparencia:
es en esa transparencia
el la que encuentro yo mi libertad.